domingo, 7 de septiembre de 2014

PLATICAS DE VIDA


                   ¿TIENE SENTIDO MI VIDA?


                    


La insatisfacción vital en que viven muchos seres humanos es algo tan generalizado que podríamos decir que se trata de una característica del mundo occidental contemporáneo. No es una problemática específica económica, afectiva, laboral, sino un desasosiego generalizado, una necesidad de algo más que no sabemos precisar. Un algo que nos permita sentir que nuestra vida tiene una razón de ser, que es significativa, que no pasaremos por ella sin haber aportado al mundo. 

Un sentido de vida que vaya más allá de nosotros o nuestras pequeñas parcelas personales, está siendo una necesidad básica que genera grandes crisis y búsquedas. Crisis que a veces llevan a la depresión; búsquedas en las que muchas veces nos perderemos. Pero, buscando, es posible encontrar la nota justa que nos haga vibrar y nos llene de entusiasmo, al ver que nuestra acción transforma el mundo en algo mejor. No necesitamos entonces de nada espectacular. Basta con sentir que con nuestra acción local, pequeña, colaboramos con una chispa a la hoguera de la humanidad. Este proceso tiene que ver con una apertura de la conciencia humana a un nivel más amplio que el egocentrismo, que nos lleva a formar parte de la red planetaria a la cual necesitamos aportar, dar, servir. 

A nivel personal, el sentido de vivir es una inspiración medular, central, propia, que sintonizamos en lo íntimo del pensar y del sentir, que nos moviliza y nos despierta, que nos emociona y nos lleva a experimentar que nuestra vida ha valido la pena. Es algo personal y, al mismo tiempo, universal. Se relaciona con inspiraciones como amor, belleza, descubrimiento de la verdad, de lo simple, de lo cotidiano. Con caridad, arte, gozo, comprensión, solidaridad, acogida, resolución de problemas concretos, ecología, creación. Cualquiera que sea nuestro sentido, al actuarlo lo haremos con amor y satisfacción. Como vemos, no se trata de una acción específica, sino de una tendencia, de un hálito con el cual podemos ir coloreando todo nuestro vivir. 

Probablemente a través de la vida ese sentido vaya cambiando, ampliándose, profundizándose. Lo importante en cada etapa es permanecer fieles a él. No perdernos ni abandonarlo por inercia, sino vitalizarlo, impregnarnos día a día de esa inspiración que moldea y da coherencia al vivir cotidiano. Para ello se requiere una gran fortaleza interior, fuerza para no confundirnos o dejarnos llevar por la corriente, fuerza para permanecer incólumes en lo medular de nuestras vidas. Todo puede cambiar; sin embargo, el centro debe permanecer. "Un viajero de cien mil leguas no pierde de vista su equipaje", afirma el Tao Te King. "Por vastas que sean las perspectivas, no pierde su eje". 

Quizás sea una buena práctica darse un tiempo cada mañana, antes de empezar la actividad diaria, un tiempo de silencio para contactarnos con la inspiración que imprimiremos a nuestro actuar esa jornada. Una idea que esté detrás de todo nuestro hacer para que al acostarnos en la noche, sintamos que en el trasfondo sonó la nota inspiradora del alma. 





                                   ¿AMOR O ADICCION?

                          



Es sorprendente que los seres humanos a veces llamemos amor a las emociones y conductas más extrañas y desviadas. Algunas personas confunden el amor con la posesividad más destructiva, y otras se sienten enamoradas de personajes egocéntricos que les reportan casi puros sufrimientos y malos tratos. Cientos de veces tratan de arrancarse de ellos, para volver otras tantas a buscarlos hambreados. Todos tenemos vergüenzas e incoherencias que ocultar en nuestra vida amorosa. El problema surge cuando no son actos esporádicos, sino hábitos permanentes. Si compulsivamente damos todo por el otro, incluso la propia cordura, y creemos que esta penosa autodestrucción es un acto amoroso, ha llegado el momento de preguntarse: ¿es amor o es adicción? 

La intensidad de la adicción en el amor suele estar en directa proporción a la profundidad de necesidades afectivas básicas mal resueltas en la infancia. Al igual que en las adicciones al alcohol o a las drogas, la dependencia llevada al extremo de ceder el control de la propia vida a algo o alguien fuera de uno mismo, está basada en algún tipo de miedo. Miedo a sufrir, al fracaso, a la soledad, a la rabia, a la culpa, a decepcionar o a morirse. Los amantes se apegan uno al otro, cegados por la ilusión de que la relación amorosa de alguna manera arregla sus miedos. 

Llamamos relaciones adictivas a aquéllas que son laberintos sin salida o historias que sólo pueden terminar mal. O a aquéllos insistentes apegos a personas inalcanzables e incapaces de comprometerse, o que ya están comprometidos. O a relaciones que carecen de lo que uno o ambos miembros de la pareja necesitan: amor, ternura, sexualidad, honestidad, apoyo emocional. Y, en los casos más extremos, a relaciones que son campos de batalla donde la rabia y el abuso predominan. 

En las relaciones adictivas, el te necesito, propio de todo vínculo amoroso, se convierte en demanda obsesiva o en pánico permanente frente a una posible pérdida. Si, por agotamiento, se dan pasos para terminar ese dañino lazo, los amantes sufren agudos síntomas de privación. Al igual que en las adicciones a sustancias químicas, se observan síntomas síquicos angustia, insomnio, desesperación y físicos opresión al pecho, sudoración, mareos, jaquecas, que sólo se alivian cuando se restablece el contacto con el ser amado. Permanecer en relaciones destructivas puede ser dañino para la salud. Sin embargo, no todo es tan negro y sombrío. Terminar una relación amorosa enfermiza es difícil pero no imposible. Algunos lo logran por sí mismos, otros requieren de ayuda. Lo importante es que usted se dé cuenta de que quién le quita su autoestima no va ser el que se la devuelva. Al contrario, en cada intento por restituir la dignidad perdida, quedará más dolido y devaluado. No gaste más tiempo ni energía. Atrévase, pierda el miedo. No sólo va a sobrevivir, sino que experimentará un intenso alivio. Se lo aseguro. Porque eso no es amor: es adicción.


Mucha gente racional y equilibrada establece, a pesar de sí misma, relaciones amorosas adictivas que sólo les reportan sufrimiento. Infructuosamente tratan de romper con su pareja, convirtiéndose ésta en una prisión de la cual no logran escapar. Se sienten invadidos por la angustia frente a la más mínima señal de abandono. El miedo a la soledad los paraliza y pagan cualquier precio con tal de evitar la ruptura. Si usted ha malgastado suficiente tiempo en tratar de cambiar a quien sistemáticamente lo daña o rechaza, he aquí algunas sugerencias prácticas que pueden ayudarlo a romper las cadenas. 

La primera tarea es comprender que el costo de mantener la ilusión de que lo aman lo está llevando a la ruina, en términos de respeto por sí mismo, autoconfianza y salud mental. Las personas atrapadas en el mal amor tienden a hacerse trampas a sí mismas con tal de permanecer en una relación que va en contra de su sanidad. Se convencen de que lo que tienen es mejor que nada, de lo mucho que perderían si se quedaran solos y de varias otras consideraciones prácticas. Familiares y amigos, cansados de verlos sufrir, ven cómo sus intentos de hacerlos entrar en razón se estrellan contra creencias profundamente arraigadas que reflejan miedos impermeables a todo argumento racional. Me quedaré solo para siempre, a pesar de todo, lo quiero o no puedo vivir sin él (o ella), son frases típicas que invitan a reflexionar sobre el abuso que se hace de la propia inteligencia en la creación de razones para seguir con la pareja. Es importante identificar de dónde proviene el hambre de afecto que le impide dejar la relación. Conviene escribir todas las situaciones y sentimientos que acompañan la relación amorosa. Esto le permitirá apreciar más objetivamente la frecuencia y forma de los sinsabores que, desde hace tanto tiempo, soporta. Descubrir conductas que se repiten una y otra vez, posibilita sacar conclusiones y asociarlas con relaciones amorosas anteriores. También le protegen de seguir autoengañándose. A continuación, haga conexiones entre el niño que usted fue y la inseguridad que siente cuando su pareja se aleja. Pregúntese desde cuándo lo acompaña la angustia que la relación, por mala que sea, le ha permitido mantener enterrada. Cierre los ojos y piense en lo que ve y en cómo representa usted su propio vacío. Intente descubrir los miedos que la ausencia del otro desatan. Por último, busque redes de apoyo emocional. Amigos y familiares podrán sostenerlo en los amargos momentos de la ruptura. Terminar es difícil, despierta sentimientos de desamparo y acabo de mundo, y la soledad es mala consejera. Quienes lo quieren de verdad podrán ayudarlo y reflejarle situaciones autoengañosas que la angustia le impide ver. 

Permanecer en una relación insatisfactoria es una tragedia personal, que destruye la opción futura de un amor nutritivo. Romper las cadenas de un amor obsesivo puede ser tan complejo como salir del alcoholismo. Al igual que en éste, la larga travesía comienza con reconocer que se está insanamente enganchado y termina con la alegría que reporta recuperar el control de la propia vida. Poder decir con alivio: no era amor, era adicción.



                            AMOR E IDENTIDAD


                            

Las relaciones amorosas van tejiendo un manto invisible de lazos, detalles sutiles y hechos cotidianos que termina por enlazar no solo la vida, sino también la personalidad de los amantes. Con el tiempo, los amantes se apropian de los lugares descubiertos en conjunto, se llaman por los más insólitos sobrenombres e inventan dialectos cargados de términos tan entrañables como inaccesibles. Hablan como guaguas, le dan nuevos significados a los sustantivos y verbos, y crean adjetivos así como ironías y descalificaciones privadas. Guardan recuerdos que solo ellos reconocen, desarrollando un mundo nuevo, con su propio lenguaje, hábitos y relaciones. Y día a día acumulan una historia única, irrepetible e íntima, que nacerá y morirá con ellos. Las personas no se dan cuenta de la cantidad de conductas y sentimientos que, siendo propios, son imposibles de ser ejercidos fuera de la cotidianidad de la pareja que les dio a luz. Pequeñas rutinas sirven como ejemplo: el cine de los viernes, los comentarios durante las noticias, el gusto por un cierto vino, las carreras para salir a la hora en las mañanas, los ataques de risa con los niños, las conversaciones trasnochadas, los pequeños proyectos, el perro, las rabias, las carcajadas y los llantos. Quizás por eso las rupturas amorosas producen crisis de identidad tan profundas. Cuesta reconocerse a uno mismo después del vacío desconcertante que deja la historia compartida hecha pedazos. No solamente se pierde al otro, sino también el mundo y el idioma construido en conjunto. 

Muchas personas tiran por la borda una buena historia de amor por la sola curiosidad de vivir otras, pero también están los que se quedan atrapados en una relación acabada, por la fuerza de la costumbre o por temor a lo desconocido. Hay quienes no valoran los miles de detalles amorosos que genera el día a día hasta que lo pierden, y son demasiados los que se sientan en los laureles mientras dejan que el tedio penetre en sus vidas sin cuidar lo que han construido. En las separaciones amorosas todo sigue igual, aunque ya nada es lo mismo. Algunos se sentirán aliviados y verán asomar aspectos de sí mismo que estaban aplastados por la relación; otros quedarán heridos por el terremoto que azotó su identidad. Todos caminarán desorientados antes de alcanzar una orilla segura.

Cuando un amor se rompe, enfrentar el mañana requiere de renovadas energías. Construir una nueva cotidianidad exige una gran disposición de volver a empezar: presentarse otra vez, desarrollar un lenguaje que conecte las miradas, captar sutilezas, descubrirse y recorrer juntos otra vez la infancia de las cosas. Aprender nuevas formas de relacionarse con uno mismo y los demás. Para algunos será una aventura desafiante; para otros, un camino cargado de cansancio y nostalgia. El amor, además de afectos, graba en la memoria formas únicas de narrar la vida y de escribirse a sí mismo. Por eso, antes de desechar o continuar una relación, reflexione sobre su propia verdad, más allá de todo sueño y espejismo. Abra sin miedo las ventanas de su interior y pregúntese con franqueza por el peso que en usted tiene la historia. Cuando se pone un punto final, solo el propio corazón sabe si encontró el camino para renacer o si perdió el rumbo. Porque no hay recetas y cada uno es responsable de su vida.

TEMAS SOBRE EL AMOR


                        ¿ALGÚN DÍA SEREMOS FELICES?                                 


La búsqueda de la felicidad es una constante en la vida humana. Y, al parecer, mientras más la buscamos, más esquiva se nos vuelve. Puesto que buscarla es suponer que no está, vivimos poniendo el énfasis sobre nuestras carencias. Sobre todo aquello que hipotéticamente nos falta para llegar a ser felices. Esta búsqueda nos lleva a vivir en la ansiedad y en el deseo, deseo de poseer, deseo de alcanzar y cuando aquello llega, vivimos en el miedo de perderlo... y seguimos insatisfechos. 

La persecución de la felicidad nos lleva a un permanente estado de inquietud y desvalorización de lo que está siendo nuestra vida en este momento, a una atención constante sobre el futuro, sobre lo que vendrá después, sobre el logro, dejando de atender al ahora, al proceso, al disfrute del momento. 

Seré feliz cuando... tenga un auto, me case, consiga ese trabajo, obtenga el postgrado, los niños crezcan. Pero, cuando eso llega, ya estamos situados en otra felicidad hipotética, esperando, siempre esperando alcanzar ese momento idílico en que estaremos completos. Lo triste es que podemos llegar al final de nuestra vida física así y darnos cuenta de cuán poco realmente vivimos, de cuán poco valoramos los regalos que cada día nos dio la vida. 

Nuestra cultura de consumo nos ha convencido de que necesitamos agregar mucho a lo que tenemos para alcanzar la felicidad. Agregar cosas, experiencias, conocimientos. Así nos hemos vuelto consumistas no solo de objetos, sino de afectos, vivencias, cursos, fiestas. Tragar, tragar, tragar esperando siempre un mejor bocado: la pareja ideal, el trabajo perfecto, los hijos soñados. 

Basta visitar un mall para observar cómo los estímulos visuales y auditivos han aumentado a niveles, para muchos y especialmente para los niños pequeños, intolerables. ¿Cuál es la idea que hay detrás de esto? Una que aparece como lógica y muy nuestra: que mientras más ropaje y estímulos tengamos, más felices seremos. 

Los sobreestímulos y la sobreactividad de la vida urbana nos está volviendo ciegos, sordos, insensibles. Tal como el drogadicto que ya no se conforma con una dosis y pide más y más, sin lograr, después de un tiempo, el efecto deseado. El gran espejismo consiste en pensar que el ser feliz depende de algo exterior, de algo que nos será dado desde fuera, y olvidar que la fuente de la felicidad está dentro de nosotros y tiene que ver con una actitud interior, de agradecimiento y bendición a lo que está siendo la vida en este momento, incluso en el dolor. La felicidad y el goce de vivir están relacionados con una entrega al momento, con una profundidad en la mirada y en el sentimiento que haga de cada instante de la vida un todo completo, integral. Requieren de dejar de consumir para comenzar a vivir. En cada momento está contenido el universo entero, en cada momento estoy toda yo, todo tú, con todas nuestras dimensiones y aspectos. 

Urge bajar el ruido, volver a la simplicidad, acallar los deseos y entregarse a lo que es. Entonces nos daremos cuenta de que aquello que tanto buscábamos estuvo siempre allí.






¿DEBE DEJAR DE SER YO PARA QUERERTE A TI?










Muchas veces los enamorados expresan su amor diciendo es como si fuéramos uno. Si esta frase es usada para ejemplificar la satisfacción que les reporta la cercanía amorosa o la profundidad de su unión, no hay de qué preocuparse. Pero si se refiere a una convivencia, donde el paso del tiempo va disolviendo las individualidades, entonces estamos en problemas. El concepto de amor reflejado sería uno que no admite diferencias, basado en la ilusión que en la pareja todos los sentimientos, ideas y anhelos son idénticos y compartidos. Es decir, cuando a uno le duele la cabeza, los dos debieran tomarse una aspirina. 


En los primeros meses de vida, los límites entre uno mismo y el entorno no están aún bien conformados, lo que se expresa en la relación amorosa del niño con la madre en una fantasía de unidad total con ella. Los adultos pueden fácilmente confundir el amor verdadero con esta indiferenciación, y añorar reproducir la armonía que caracterizó esta fusión. Poco a poco se va eliminando lo que hace a los miembros de la pareja seres humanos distintos y únicos. Se establece un falso sí mismo inducido por la pareja, y cada miembro de ésta va transformándose conforme a la imagen que el otro tiene de él. Las diferencias que los hacen personas independientes se eliminan en forma progresiva. Ya sea que uno de los dos renuncie en forma inconsciente a sus propios puntos de vista, opiniones y aspiraciones, o que ambos comiencen a aceptar sólo aquellos aspectos del otro que concuerdan con sus expectativas, el resultado es el mismo: un cóctel con ingredientes de cada uno. 

La fusión en las relaciones las hace frágiles. Quedan sometidas a constantes desilusiones cuando surgen las inevitables diferencias. Les es difícil sostenerse, cuando uno u otro crece en lo emocional, logra mayor autonomía o empieza a individuarse. Se toleran mal los conflictos. Los amantes creen saber cómo piensa y siente el compañero, lo que los lleva a perder la curiosidad y el interés por el otro. Se permiten hablar por el ser amado con la certeza que sólo da vivir la pareja como ser uno, y no dos. Muchos ven su autoestima y seguridad deteriorarse. No saben qué les pertenece y los diferencia como personas, tratan de realizarse a través del otro y dudan de lo que experimentan por sí mismos. Luego ven la paja o el oro en el ojo ajeno, comenzando así las acusaciones, descalificaciones y envidias. La proximidad emocional, que una vez fue acogedora, se torna opresiva. Distanciarse, refugiarse en lo propio o buscarse un amante, se vuelven alternativas frente al peligro de perder la individualidad. Es importante definir quién y cómo es cada uno en ese espacio común que es la pareja. Ese nosotros tan anhelado de las relaciones amorosas, debe buscar complementar y no sustituir al yo y al tú. La entrega verdadera significa enriquecerse, no empobrecerse como persona. Compartir es expandir el horizonte, no disolverlo. Amar es crecer, no reducirse. Ceder y dar es una forma de querer a otro, no de odiarse a uno mismo. Porque, tanto en política internacional como en el amor, buenas fronteras hacen buenos vecinos. 





                      CUANDO SE ACABA EL AMOR







Todo ser humano desea amar y ser amado; y vivir con esa experiencia que para muchos, es muy bonita. Cuando dos personas se aman, intentan agradarse e impresionarse uno al otro. Las palabra bonitas surgen a flor de labios, la visión de la vida es distinta, como si se flotara en una nube y siempre se siente uno acompañado. A veces decimos tener una razón para vivir, por el mero hecho de estar enamorados.

Muchas parejas llegan al matrimonio completamente enamorados, otros a medias o por el compromiso , pero la mayoría dan ese compromiso. En el transcurso de esa relación, comienzan a surgir ciertos conflictos, o sencillamente nos damos cuenta de que no sentimos lo mismo de antes. No surgen las palpitaciones al ver a la pareja, no hay deseo de brindar detalles y hasta el hacer el amor se torna tedioso o aburrido.

Entonces la vida se convierte en una rutina, actuando como máquinas programadas y nos olvidamos de los detalles, y de todo lo que antes haciamos y decíamos. Muchas mujeres dicen: "Antes me habría la puerta del auto, ahora o me empuja o se monta primero, y si no me monto me deja". Por otra parte muchos hombres dicen: "Que ricas las primeras comidas, ahora todo es de pote y en último caso una pizza".

Es aquí cuando el hombre o la mujer comenzan a buscar llenar ese vacío existencial fuera del hogar, en otras personas. Entonces ¿Qué es lo que sucede?,¿ Por qué estando acompañados con su pareja se sienten tan solos?, ¿Será acaso que se acabó el amor?,¿Hasta que punto hemos permitido que la relación se deteriore?.

Tanto el hombre como la mujer, son responsables de una relación. Desde la parte económica hasta la parte afectiva y emotiva. A veces deseamos recibir sin dar nada y nos olvidamos de que el amor se cultiva como cuando compramos una planta, sino le echamos agua, se muere.

Así mismo el amor se muere sino lo alimentamos, y se nos olvida sino lo practicamos . A veces damos más de lo que debemos y cuando no recibimos en la intensidad en que amános, nos confundimos y decimos, o pensamos, que la pareja no nos ama. Pero a veces vemos que la pareja con quien estamos no es tan afectiva, pues esperamos una respuesta distinta y esto no quiere decir que no nos ama, sino, que no es tan expresiva como uno.

En situaciones más críricas sabemos quel el amor se acabó, cuando sentimos que no deseamos compartir en ningún momento con la pareja y que en vez de agradarnos le detestamos. En estos casos es cuando se toman medidas drásticas, como el divorcio. Entonces ¿ Qué podemos hacer para no llegar a los extremos?, ¿Podremos salvar la relación?.