¿TIENE SENTIDO MI VIDA?
La insatisfacción vital en que viven muchos seres humanos es algo tan generalizado que podríamos decir que se trata de una característica del mundo occidental contemporáneo. No es una problemática específica económica, afectiva, laboral, sino un desasosiego generalizado, una necesidad de algo más que no sabemos precisar. Un algo que nos permita sentir que nuestra vida tiene una razón de ser, que es significativa, que no pasaremos por ella sin haber aportado al mundo.
Un sentido de vida que vaya más allá de nosotros o nuestras pequeñas parcelas personales, está siendo una necesidad básica que genera grandes crisis y búsquedas. Crisis que a veces llevan a la depresión; búsquedas en las que muchas veces nos perderemos. Pero, buscando, es posible encontrar la nota justa que nos haga vibrar y nos llene de entusiasmo, al ver que nuestra acción transforma el mundo en algo mejor. No necesitamos entonces de nada espectacular. Basta con sentir que con nuestra acción local, pequeña, colaboramos con una chispa a la hoguera de la humanidad. Este proceso tiene que ver con una apertura de la conciencia humana a un nivel más amplio que el egocentrismo, que nos lleva a formar parte de la red planetaria a la cual necesitamos aportar, dar, servir.
A nivel personal, el sentido de vivir es una inspiración medular, central, propia, que sintonizamos en lo íntimo del pensar y del sentir, que nos moviliza y nos despierta, que nos emociona y nos lleva a experimentar que nuestra vida ha valido la pena. Es algo personal y, al mismo tiempo, universal. Se relaciona con inspiraciones como amor, belleza, descubrimiento de la verdad, de lo simple, de lo cotidiano. Con caridad, arte, gozo, comprensión, solidaridad, acogida, resolución de problemas concretos, ecología, creación. Cualquiera que sea nuestro sentido, al actuarlo lo haremos con amor y satisfacción. Como vemos, no se trata de una acción específica, sino de una tendencia, de un hálito con el cual podemos ir coloreando todo nuestro vivir.
Probablemente a través de la vida ese sentido vaya cambiando, ampliándose, profundizándose. Lo importante en cada etapa es permanecer fieles a él. No perdernos ni abandonarlo por inercia, sino vitalizarlo, impregnarnos día a día de esa inspiración que moldea y da coherencia al vivir cotidiano. Para ello se requiere una gran fortaleza interior, fuerza para no confundirnos o dejarnos llevar por la corriente, fuerza para permanecer incólumes en lo medular de nuestras vidas. Todo puede cambiar; sin embargo, el centro debe permanecer. "Un viajero de cien mil leguas no pierde de vista su equipaje", afirma el Tao Te King. "Por vastas que sean las perspectivas, no pierde su eje".
Quizás sea una buena práctica darse un tiempo cada mañana, antes de empezar la actividad diaria, un tiempo de silencio para contactarnos con la inspiración que imprimiremos a nuestro actuar esa jornada. Una idea que esté detrás de todo nuestro hacer para que al acostarnos en la noche, sintamos que en el trasfondo sonó la nota inspiradora del alma.
¿AMOR O ADICCION?
Es sorprendente que los seres humanos a veces llamemos amor a las emociones y conductas más extrañas y desviadas. Algunas personas confunden el amor con la posesividad más destructiva, y otras se sienten enamoradas de personajes egocéntricos que les reportan casi puros sufrimientos y malos tratos. Cientos de veces tratan de arrancarse de ellos, para volver otras tantas a buscarlos hambreados. Todos tenemos vergüenzas e incoherencias que ocultar en nuestra vida amorosa. El problema surge cuando no son actos esporádicos, sino hábitos permanentes. Si compulsivamente damos todo por el otro, incluso la propia cordura, y creemos que esta penosa autodestrucción es un acto amoroso, ha llegado el momento de preguntarse: ¿es amor o es adicción?
La intensidad de la adicción en el amor suele estar en directa proporción a la profundidad de necesidades afectivas básicas mal resueltas en la infancia. Al igual que en las adicciones al alcohol o a las drogas, la dependencia llevada al extremo de ceder el control de la propia vida a algo o alguien fuera de uno mismo, está basada en algún tipo de miedo. Miedo a sufrir, al fracaso, a la soledad, a la rabia, a la culpa, a decepcionar o a morirse. Los amantes se apegan uno al otro, cegados por la ilusión de que la relación amorosa de alguna manera arregla sus miedos.
Llamamos relaciones adictivas a aquéllas que son laberintos sin salida o historias que sólo pueden terminar mal. O a aquéllos insistentes apegos a personas inalcanzables e incapaces de comprometerse, o que ya están comprometidos. O a relaciones que carecen de lo que uno o ambos miembros de la pareja necesitan: amor, ternura, sexualidad, honestidad, apoyo emocional. Y, en los casos más extremos, a relaciones que son campos de batalla donde la rabia y el abuso predominan.
En las relaciones adictivas, el te necesito, propio de todo vínculo amoroso, se convierte en demanda obsesiva o en pánico permanente frente a una posible pérdida. Si, por agotamiento, se dan pasos para terminar ese dañino lazo, los amantes sufren agudos síntomas de privación. Al igual que en las adicciones a sustancias químicas, se observan síntomas síquicos angustia, insomnio, desesperación y físicos opresión al pecho, sudoración, mareos, jaquecas, que sólo se alivian cuando se restablece el contacto con el ser amado. Permanecer en relaciones destructivas puede ser dañino para la salud. Sin embargo, no todo es tan negro y sombrío. Terminar una relación amorosa enfermiza es difícil pero no imposible. Algunos lo logran por sí mismos, otros requieren de ayuda. Lo importante es que usted se dé cuenta de que quién le quita su autoestima no va ser el que se la devuelva. Al contrario, en cada intento por restituir la dignidad perdida, quedará más dolido y devaluado. No gaste más tiempo ni energía. Atrévase, pierda el miedo. No sólo va a sobrevivir, sino que experimentará un intenso alivio. Se lo aseguro. Porque eso no es amor: es adicción.
Mucha gente racional y equilibrada establece, a pesar de sí misma, relaciones amorosas adictivas que sólo les reportan sufrimiento. Infructuosamente tratan de romper con su pareja, convirtiéndose ésta en una prisión de la cual no logran escapar. Se sienten invadidos por la angustia frente a la más mínima señal de abandono. El miedo a la soledad los paraliza y pagan cualquier precio con tal de evitar la ruptura. Si usted ha malgastado suficiente tiempo en tratar de cambiar a quien sistemáticamente lo daña o rechaza, he aquí algunas sugerencias prácticas que pueden ayudarlo a romper las cadenas.
La primera tarea es comprender que el costo de mantener la ilusión de que lo aman lo está llevando a la ruina, en términos de respeto por sí mismo, autoconfianza y salud mental. Las personas atrapadas en el mal amor tienden a hacerse trampas a sí mismas con tal de permanecer en una relación que va en contra de su sanidad. Se convencen de que lo que tienen es mejor que nada, de lo mucho que perderían si se quedaran solos y de varias otras consideraciones prácticas. Familiares y amigos, cansados de verlos sufrir, ven cómo sus intentos de hacerlos entrar en razón se estrellan contra creencias profundamente arraigadas que reflejan miedos impermeables a todo argumento racional. Me quedaré solo para siempre, a pesar de todo, lo quiero o no puedo vivir sin él (o ella), son frases típicas que invitan a reflexionar sobre el abuso que se hace de la propia inteligencia en la creación de razones para seguir con la pareja. Es importante identificar de dónde proviene el hambre de afecto que le impide dejar la relación. Conviene escribir todas las situaciones y sentimientos que acompañan la relación amorosa. Esto le permitirá apreciar más objetivamente la frecuencia y forma de los sinsabores que, desde hace tanto tiempo, soporta. Descubrir conductas que se repiten una y otra vez, posibilita sacar conclusiones y asociarlas con relaciones amorosas anteriores. También le protegen de seguir autoengañándose. A continuación, haga conexiones entre el niño que usted fue y la inseguridad que siente cuando su pareja se aleja. Pregúntese desde cuándo lo acompaña la angustia que la relación, por mala que sea, le ha permitido mantener enterrada. Cierre los ojos y piense en lo que ve y en cómo representa usted su propio vacío. Intente descubrir los miedos que la ausencia del otro desatan. Por último, busque redes de apoyo emocional. Amigos y familiares podrán sostenerlo en los amargos momentos de la ruptura. Terminar es difícil, despierta sentimientos de desamparo y acabo de mundo, y la soledad es mala consejera. Quienes lo quieren de verdad podrán ayudarlo y reflejarle situaciones autoengañosas que la angustia le impide ver.
Permanecer en una relación insatisfactoria es una tragedia personal, que destruye la opción futura de un amor nutritivo. Romper las cadenas de un amor obsesivo puede ser tan complejo como salir del alcoholismo. Al igual que en éste, la larga travesía comienza con reconocer que se está insanamente enganchado y termina con la alegría que reporta recuperar el control de la propia vida. Poder decir con alivio: no era amor, era adicción.
AMOR E IDENTIDAD
Las relaciones amorosas van tejiendo un manto invisible de lazos, detalles sutiles y hechos cotidianos que termina por enlazar no solo la vida, sino también la personalidad de los amantes. Con el tiempo, los amantes se apropian de los lugares descubiertos en conjunto, se llaman por los más insólitos sobrenombres e inventan dialectos cargados de términos tan entrañables como inaccesibles. Hablan como guaguas, le dan nuevos significados a los sustantivos y verbos, y crean adjetivos así como ironías y descalificaciones privadas. Guardan recuerdos que solo ellos reconocen, desarrollando un mundo nuevo, con su propio lenguaje, hábitos y relaciones. Y día a día acumulan una historia única, irrepetible e íntima, que nacerá y morirá con ellos. Las personas no se dan cuenta de la cantidad de conductas y sentimientos que, siendo propios, son imposibles de ser ejercidos fuera de la cotidianidad de la pareja que les dio a luz. Pequeñas rutinas sirven como ejemplo: el cine de los viernes, los comentarios durante las noticias, el gusto por un cierto vino, las carreras para salir a la hora en las mañanas, los ataques de risa con los niños, las conversaciones trasnochadas, los pequeños proyectos, el perro, las rabias, las carcajadas y los llantos. Quizás por eso las rupturas amorosas producen crisis de identidad tan profundas. Cuesta reconocerse a uno mismo después del vacío desconcertante que deja la historia compartida hecha pedazos. No solamente se pierde al otro, sino también el mundo y el idioma construido en conjunto.
Muchas personas tiran por la borda una buena historia de amor por la sola curiosidad de vivir otras, pero también están los que se quedan atrapados en una relación acabada, por la fuerza de la costumbre o por temor a lo desconocido. Hay quienes no valoran los miles de detalles amorosos que genera el día a día hasta que lo pierden, y son demasiados los que se sientan en los laureles mientras dejan que el tedio penetre en sus vidas sin cuidar lo que han construido. En las separaciones amorosas todo sigue igual, aunque ya nada es lo mismo. Algunos se sentirán aliviados y verán asomar aspectos de sí mismo que estaban aplastados por la relación; otros quedarán heridos por el terremoto que azotó su identidad. Todos caminarán desorientados antes de alcanzar una orilla segura.
Cuando un amor se rompe, enfrentar el mañana requiere de renovadas energías. Construir una nueva cotidianidad exige una gran disposición de volver a empezar: presentarse otra vez, desarrollar un lenguaje que conecte las miradas, captar sutilezas, descubrirse y recorrer juntos otra vez la infancia de las cosas. Aprender nuevas formas de relacionarse con uno mismo y los demás. Para algunos será una aventura desafiante; para otros, un camino cargado de cansancio y nostalgia. El amor, además de afectos, graba en la memoria formas únicas de narrar la vida y de escribirse a sí mismo. Por eso, antes de desechar o continuar una relación, reflexione sobre su propia verdad, más allá de todo sueño y espejismo. Abra sin miedo las ventanas de su interior y pregúntese con franqueza por el peso que en usted tiene la historia. Cuando se pone un punto final, solo el propio corazón sabe si encontró el camino para renacer o si perdió el rumbo. Porque no hay recetas y cada uno es responsable de su vida.